La novia toma su venganza en una escena de Kill Bill

Últimamente he encontrado una afinidad por el cine de terror, especialmente el cine de bajo presupuesto de los setenta, los zombies, y el llamado “EuroTrash”, o cine de explotación europeo, principalmente italiano. Esta obsesión ha sido posible gracias a Netflix y al Internet, que me permiten conseguir películas que ni en mil años estarían disponibles en Blockbuster Video o en otras tiendas reconocidas. Cabe señalar, para aquellos que no están familiarizados con el cine de la época, que desde finales de los sesenta hasta principios de los ochenta se produjeron algunas de las películas más extravagantes, violentas, y escandalosas que jamás se hayan puesto en celuloide. Y esto no sólo aplica al terror; los setenta vieron una variedad de géneros de explotación que aun al día de hoy nos parecen increíbles.

Una de las interrogantes más comunes de la gente es cómo a un fan del género del terror le puede atraer tanta violencia, que usualmente se representa de una forma muy gráfica y repugnante. La respuesta está totalmente en el tono con que se maneja la cinta.

En el caso del terror de bajo presupuesto, la exageración abunda en todos los elementos, y la violencia es sólo uno de ellos. La exageración de la sangre, lo inverosímil que resulta ver en pantalla a un zombie o un monstruo espacial, y la mala calidad de la dirección y la actuación crean una barrera imaginaria que impide una identificación con lo que estamos viendo. En este sentido, el cine de terror B funciona más como comedia, donde nos reímos de lo absurdo que resulta todo. En inglés le llaman a esto “campiness” (afectación), o el efecto de una película que “es tan mala que es buena“.

Un ejemplo interesante (y más reciente) de esta disociación en la violencia ocurre con los filmes de Quentin Tarantino, donde la violencia funciona casi como un cómic, y el efecto final es afín al de un vídeo musical. Piensen en los diálogos fascinantes pero totalmente irreales de Pulp Fiction o las sangrientas secuencias de acción en Kill Bill. Tarantino se roba, inclusive saquea (como decía una cineasta en el excelente programa En Cinta del canal 6 de televisión) imágenes, diálogos y tramas arquetípicas de la historia del cine. Estos homenajes son tan obvios e icónicos que resultan inmediatamente reconocibles, como si el director estuviera sentado a nuestro lado explicándonos de dónde sacó cada cosa. Esta total conciencia de que estamos ante un montaje es una pared invisible que evita que la violencia nos afecte personalmente.

Otro buen ejemplo de cómo el tono en una película lo es todo: Recientemente vi dos películas muy notorias del género de explotación caníbal (hey, sólo quería satisfacer la curiosidad, ¿OK?). Cannibal Ferox (1981, Umberto Lenzi) funciona totalmente como una farsa, y las escenas de “gore” resultan más graciosas que nada por el tono tan cursi del filme. Holocausto Caníbal (1980, Ruggero Deodato), por otro lado, es un asalto total a los sentidos; el tono es mucho más real, brutal y nada divertido. Lo más interesante es que en Ferox es más gráfica que Holocausto.

Otros directores utilizan la ultraviolencia sin fines de explotación como una forma de calar hondo en la audiencia, usualmente con situaciones tomadas de la realidad social. En cintas como Ciudad de Dios (2002, Fernando Meirelles), Mala Leche (2004, León Errázuriz) y Amores Perros (2000, Alejandro González Iñárritu) la violencia es gráfica y terrible, pero está al total servicio de la historia como una forma de abrirle los ojos al espectador. Piensen también, por supuesto, en la violencia de La Pasión de Jesucristo (2004, Mel Gibson). Esta diferencia en tono es lo que Margaret Ervin Bruder llama la violencia “fuerte” versus la violencia “hueca”. La violencia fuerte, dice Bruder, son aquellas “pesadillas que vale la pena tener”.

Quizás el ejemplo más impactante de una “pesadilla que vale la pena tener” lo vi en la película Irreversible (2002, Gaspar Noé) . En la escena más controversial de esta cinta, una mujer es violada sin piedad, mientras el asaltante la agarra por el pelo y le azota la cabeza una y otra vez contra el pavimento. Esta terrible escena se muestra en su totalidad, sin reparos, y es probablemente la experiencia más triste, dolorosa y aterradora que he tenido en película alguna. Ninguna otra cinta, inclusive algunas que son más gráficas, me han afectado tanto como ésta. El director cumple su propósito en obligarnos a ver una realidad que quisiéramos olvidar fácilmente. En este caso la violencia en la pantalla nos hace más sensibles a la violencia real.

Como dice el crítico de cine Roger Ebert: “Lo importante no es qué tema trata la película, sino cómo la película trata el tema”.