Paula

He pasado una semana en la que se me ha hecho físicamente imposible escribir en este blog. La criatura llamada Paula Zoé ha consumido toda nuestra atención y ha reducido sustancialmente nuestras horas de sueño continuo. Al menos vamos superando poco a poco nuestros miedos iniciales de padres primerizos. Miedo, sí, porque cuando llegas a la casa por primera vez y te quedas solo con la niña finalmente te das cuenta de la responsabilidad absolutamente monumental que tienes en tus manos: una vida totalmente delicada e indefensa, que depende por completo de tu cuidado y amor para subsistir. Una vez internalizas esto empiezas a sudar y piensas “¿¡OMFG, y qué hago ahora…!?”

Afortunadamente esto que le llaman el “instinto de padre” (ese que te hace llegar a la cuna en menos de dos segundos ante el más mínimo ruido de la bebé, no importa cuán lejos estés) se activa desde el primer día, y funciona casi de manera involuntaria, como la adrenalina que produce tu cuerpo ante un peligro inminente. Como me explicó un compañero de trabajo: “nunca te hubieras imaginado que tendrías la capacidad de volar”.

Lo más difícil hasta ahora ha sido la lactancia y el sueño, que en estas primeras etapas están íntimamente relacionados. Desde hace tiempo habíamos tomado la decisión de alimentar a Paula exclusivamente con leche materna, y sabíamos de antemano que sería un proceso difícil. Por un lado está el proceso que la madre tiene que pasar para que su cuerpo poco a poco vaya produciendo la leche necesaria, hasta poder producir cantidades suficientes sin pasar demasiado trabajo. Esto no es fácil, y para mamá puede ser doloroso tanto física como emocionalmente.

Por otro lado ambas tienen que ajustarse a un horario regular de sueño y alimentación. Ahora mismo mi esposa alimenta a Paula de sus senos cada dos a tres horas, 24 horas al día sin fallar, y no se le da nada de fórmula. Esto significa que cuando Paula duerme, mi esposa duerme. Y yo también, pues debo estar ahí para ayudarlas en todo lo que pueda. Ya vemos por qué muchas mamás no duran los seis meses de lactancia que recomiendan los doctores. Llegar a un ritmo como éste no fue fácil y continúa siendo difícil. Las dos primeras noches literalmente no dormimos tratando de calmar a la niña. Ya para la tercera noche pudimos hacer que durmiera con una mecedora (¡Gracias, Fisher-Price!), y para la cuarta ya estaba durmiendo luego de comer.

Pero no importa cuán cansados podamos estar, sólo una mirada a esa carita angelical nos da las energías para continuar.