Una escena de la cinta Hostel

1980: La víctima corre por un bosque oscuro y desolado huyendo del asesino maniático. La víctima tropieza y cae al suelo, lo que permite que el asesino finalmente la alcance. La víctima grita desesperadamente. El asesino levanta su cuchillo. Cambio de escena.

2005: La víctima está atada con cadenas a una silla en un cuarto oscuro y mugroso. En una mesa a su lado hay una colección de instrumentos quirúrgicos, navajas afiladas, tijeras, un taladro de precisión, todos en metal brillante, impecable. La víctima mira a su alrededor mientras se da cuenta poco a poco de la situación precaria en la que se encuentra, y comienza a gritar y vomitar a la vez que entra en la habitación un hombre vestido en lo que parece ser un atuendo de cirujano con fetiche de látex. La víctima grita en agonía mientras el torturador utiliza los instrumentos en diferentes partes de su cuerpo. Todo el proceso de tortura se presenta paso a paso, en completo detalle.

La segunda escena describe una de las secciones de la cinta Hostel (2005), del director Eli Roth. La diferencia entre ambas escenas es típica de un nuevo género de cine que ha surgido recientemente en Hollywood, que David Edelstein de la Revista New York apropiadamente llama “Pornografía de Tortura” (“Torture Porn”). Mientras los “Slasher Flicks” de los ochenta se concentraban en el suspenso de la persecución, esta nueva generación de cintas en vez prefiere enfocarse en la carnicería que viene después.

La tendencia se ha visto en películas de años recientes como Saw (2004), High Tension (2003), House of 1000 Corpses (2003) y su secuela The Devil’s Rejects (2005), ambas del rockero Rob Zombie, y alcanza su pico con Hostel y Wolf Creek (2005), probablemente la más sádica del grupo. También tengo entendido que el “remake” de The Hills Have Eyes (2006) sigue este patrón, pero no la he visto aun. En todas la violencia gráfica alcanza niveles que previamente no se habían visto. En muchos casos en los que veía la película en mi casa, me encontraba dándole pausa a la cinta y tomando descansos para “aliviarme” de lo grotesco de algunas escenas. Nada divertido.

Como siempre, este género no es una invención completamente original del cine norteamericano. Luego que Hollywood encontró una mina de oro rehaciendo “ghost stories” originales de Japón (Ringu/The Ring, Ju-On/The Grudge, Honogurai mizu no soko kara/Dark Water), era cuestión de tiempo antes que empezaran a recibir influencia de las propuestas más violentas del cine de horror asiático. Este es el género de películas lidereado por Takashi Miike y otros directores que llevaron el “gore” a niveles sin precedentes (Miike, de paso, hace un “cameo” en Hostel). Créame, usted no ha visto violencia hasta que no haya visto cintas como Audition (1999), Ichi the Killer (2001) y Three…Extremes (2004). El “torture porn” americano no es una copia directa de las ultraviolentas asiáticas, pero mi predicción es que hacia eso es que se mueven.

En un artículo anterior titulado Sobre la Violencia en el Cine hacía una distinción entre la violencia “hueca”, que es aquella que se presenta de manera estilizada e inverosímil a propósito, como una forma de insularnos de la misma, y la violencia “fuerte”, que es aquella que se muestra en toda su crudeza y que produce en el espectador un sentido de tristeza y desesperación. En el caso de la violencia fuerte siempre nos queda la duda de si el cineasta está utilizando este recurso como una manera de llevar un mensaje, como es la controversia acerca de Irreversible, de Gaspar Noé. Muchas de estas cintas del nuevo cine de terror están caminando esa línea muy fina entre mensaje y explotación, otras sencillamente no piden disculpas por intentar “divertirnos” con sus espectáculos grotescos. De paso, si usted cree que las audiencias en general rechazan este tipo de diversión, piense de nuevo; la gran mayoría de ellas han sido rotundos éxitos taquilleros.

Por otro lado hay quienes aplauden a estos cineastas por “subir las apuestas” y tratar de cruzar esa última frontera del verdadero terror. En un mundo donde la gente vive insensible ante la violencia, el único terror que verdaderamente nos afecta es aquel que es creíble, grotesco y tangible. Como bien dice Edelstein en su artículo, Mel Gibson probó este punto con nada más y nada menos que La Pasión de Jesucristo.